
Así las cosas, puse una música movidita, tomé papel y birome y recorrí mi casa: fui dibujando la forma los enchufes y de los interruptores mientras al costado anotaba la cantidad de tapas que necesitaba. Con el dibujito hecho, encaré hacia una casa de electricidad muy completa que queda a tres cuadras. Lo que no sabía, era que, por mi condición de eterno principiante en las materias de electricidad, esa visita iba a ser la primera de tres
Primera visita: saqué número y me llamaron rápidamente. Por suerte, el hombre de guardapolvo azul que me atendió desde el otro lado del mostrador se mostró bastante gentil y no intentó en ningún momento demostrarme que, de los dos, era el que tenía el saber. Le conté que quería cambiar las tapas de los interruptores y los enchufes y le mostré el dibujito, que me parecía que hablaba por sí solo. El lo agarró, pareció entenderlo, y empezó a tomar sus propias notas. Luego, tachó esas notas, una a una, y sacó una nueva cuenta. Fue hasta la computadora, volvió y me dijo que el presupuesto era de casi 160 mangos. Sin dudas, era más caro de lo que imaginaba
Volví a mi casa, revisé la bolsa con atención y me di cuenta de que me habían vendido los materiales como para cambiar completamente los enchufes. Yo lo único que quería era cambiar el aspecto de los enchufes, comprar las tapitas y no mucho más. Así que volví caminar esas cuadras
Visita 2: en el camino, pensé algunas mentiras que podían servirme como escudo para no confesar que no había sabido cómo expresarme. Tenía decidido decir que los enchufes y las tapitas eran para mi vieja, que se mudaba sola, como si

Roberto me entendió y me preguntó de qué marca eran los enchufes. Yo no sé cómo hacen, pero los ferreteros y la gente de ese tipo de negocios tan específicos, siempre tienen una repregunta a mano. Si fueran entrevistadores, me quedaría sin trabajo. Le confesé que no tenía idea de qué marca eran los enchufes y él me dijo que no había problemas en concretar el cambio, pero me aconsejó que volviera con algunas muestras
Visita 3: volví a mi casa, agarré la Victorinox que compré hace 15 años en Paraguay (juro que es auténtica, no es trucha), saqué el accesorio del destornillador, que es lo más parecido que tengo a uno verdadero, y fui enchufe por enchufe sacando las tapitas. Sobre cada una, anoté con un marcador indeleble la cantidad que necesitaba. Volví por tercera vez a la casa de electricidad. Pedí por Roberto, que estaba charlando con la cajera (picaflor!), me vio y me reconoció. Le di las tapas. Las miró con atención y dijo: 'ah, no, esta marca de tapas no tienen cambio. Ninguna otra te va a servir'. Mi desilusión no tenía piso. Tanta ida y vuelta no había servido para nada. Finalmente, cambié todas esas cosas que me había dado en mi primera visita por algo que necesitaba, agregué 17 pesos y me fui a cortar el pelo a dos cuadras de ahí. Está claro que nunca dejaré de ser un principiante en negocios de ese ramo
1 comentario:
MUY BUENO!
Muy real claro.
Siempre me llamó la atención las conversaciones con los ferreteros. Suelen ser muy graciosas, con sus interminables repreguntas ("El cóncavo o el convexo?", "el estándar o el reforzado?", "ahhhh usted dice el piripitichuflo vectorial! Con estrías o rosca?").
En fin, para mi ir a la ferretería es practicamente un hobbie.
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