No se va nunca

Los planes del sábado a la noche se fueron cayendo de a uno y rápidamente me encontré dentro de la cama, con el control remoto en la mano. Ninguna película me interesaba, tampoco el partido de NBA que daban. Hasta que, mágicamente, me topé con un programa increíble: la transmisión del partido de un equipo liderado por Maradona que se enfrentaba a Brasil. Eran dos supuestas selecciones de fútbol 5, pero con paredes a los costados. O sea que la pelota no se va nunca. Esta disciplina se llama Showbol y, claro, ya somos campeones

Al principio me divertí viendo el estado físico y atlético de ex jugadores. Mac Allister parece recién salido de la quimioterapia, Gamboa podría ser un patovica y Pascualito Rambert demostró que tampoco sirve para canchas chicas

Todo me parecía muy bizarro. Desde las reglas, hasta esa cancha tan rara, que tenía unas líneas marcadas que nunca entendí para qué servían. Ambas selecciones intentaban exacerbar sus condiciones más clásicas: los brasileros tiraban lujos en todas las jugadas, mientras los argentinos se mostraban corajudos en cada pelota trabada. Gamboa recibió una tarjeta azul (cinco minutos afuera!) por pegar un codazo, Mancuso lo cascó a otro y se ganó al aplauso del público. También estaban Djalminha y Silas, dos viejos ídolos míos. ¡Pero esta vez deseaba lo peor para ellos! Hinchaba por mi selección, al igual que todo el estadio cordobés que había pagado por ver al Diego y a sus amigos (las entradas iban de $40 a $80)

De golpe, entendí todo. Me cayó la ficha, como algunos dicen. En Canal 9 estaba viendo la nueva y mejorada versión de Titanes en el Ring. En lugar de Martín Karadagián, el héroe esta vez era el Diego. Si fiel ladero no era el Ancho Peucelle, sino Mancuso. En vez de Di Sarli, estaba un relator genérico y el Colorado Liberman era el comentarista. Sus rivales eran los negros, como siempre. Y jugamos mejor que ellos. Y tuvimos más huevos. Y el Diego los volvió a vacunar, como en el 90. Y, al igual que la pelota, no se va nunca