Hace casi ocho años conseguí mi primer trabajo de periodista. Pocas semanas antes de esa entrevista de laburo, había tenido otra en el diario Perfil, que se estaba armando. Gracias a la gestión de un amigo, me entrevistó Natalio Gorín, que yo lo había leído mucho en El Gráfico, para la sección de Deportes. Apenas me fui del lugar supe que no me iban a llamar. Uno casi siempre tiene esa sensación cuando sale de una entrevista laboral. A los pocos meses me enteré que a Gorín lo habían echado antes de que el diario empezara a publicarse
Sin más preámbulos, quería contar una pequeña escena que se dio en la entrevista de laburo en la que sí quedé. Por única vez en mi vida, la entrevista no fue 100% personalizada, sino que me la hicieron con otro flaco. Eran dos entrevistadores y éramos dos entrevistados. Fue un momento medio raro, porque uno no sabía cuántos puestos había y mucho menos sabía si tenía que serrucharle el piso al otro
La incomodidad reina en casi toda entrevista: uno no sabe dónde poner las manos, está preocupado en no transpirar, se siente incómodo con esa ropa que se puso y siente que todo el tiempo le están mirando los dientes, porque seguro que ahí se quedó algún resto de comida. Yo me sentía mucho más incómodo aún por la presencia de este flaco, que parecía que era un periodista súper especializado en tenis y con ese dato, yo me sentía reducido a la nada
Promediando la entrevista, yo ya sentía que era una competencia sin cuartel entre ese pecoso y yo. No sabía cómo, pero estaba dispuesto a serrucharle el piso, a decir cualquier cosa con tal de sumar un puntito más. Inesperadamente, el flaco pidió permiso y se empezó a poner gotas en los ojos. Los dos entrevistadores y yo nos quedamos helados. Fue un momento realmente raro. No quise mirar porque ver a alguien poniéndose gotas siempre me hizo llorar los ojos. Es algo que no puedo controlar. Como él no habrá podido controlar la ansiedad y decidió ponerse las gotas ahí nomás. Por algún mecanismo extraño de pensamiento, interpreté ese acto como un gesto de debilidad del flaco y a partir de allí me sentí más seguro. Sentía que con no decir alguna guarrada, con hacer la plancha, me alcanzaba para terminar la entrevista en una posición mejor que la de él
Yo conseguí el laburo y creo que él también, pero renunció a la semana y nos quedamos sin especialista de tenis. Igual, a nadie le importaba eso a dos meses del Mundial 98
* El título del post hace referencia a una obra de teatro que muestra a los personajes disputándose un puesto ejecutivo en una empresa. Para más información, clic acá
martes, abril 18, 2006
Mi experiencia en el método Gronhölm *
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario