En la adolescencia algún médico decretó que tenía pie plano y me dio unas plantillas que, como todas, eran horribles. Con el uso, se fueron poniendo cada vez más espantosas: tenían olor, los dedos marcados, se rompían en lugares muy puntuales, una verdadera porquería. Un día, a los 16, me cansé de vivir con eso en los pies, las saqué de mis zapatillas y no las usé nunca más
Como verán, mi rebeldía es de larga data
martes, noviembre 13, 2007
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