Recién venía con la bici por Gorriti y vi un sténcil que decía la frase que lleva por título este post. No tengo idea si se trata de una nóvel banda de rock dándose a conocer o si es sólo una manera, un poco confusa, de expresar una idea. Lo cierto es que a mi me dejó pensando en ese instante en el que uno estaba intimando con alguien (generalmente, esto se daba en la adolescencia, cuando no hay otro espacio 100% privado que no sea el telongo) e, inesperadamente, llegaba algún familiar
Un hermano que volvía antes de trabajar, una reunión que se suspendió, un padre que pasó a buscar el bolso de tenis que se olvidó a la mañana, una hermana que se rateó: los motivos de esa sorpresa podían ser los más variados e impensados, pero todos tenían el mismo resultado: vestirse contrarreloj y desarmar el escenario amoroso.
En esa escena tan puntual y adrenalínica, que casi todos vivimos, siempre me sentí muy cómodo y divertido. Nunca me angustié, ni temí que me atraparan. Encontraba cierto goce en correr con los pantalones en la mano o metiéndome adentro del baño, a las apuradas. Siempre me dio risa y, por suerte, jamás fue el punto de partida de un conflicto (tampoco es que me pasó taaantas veces)
Si este tipo de interrupciones se daba en una época en la que el sexo no se practicaba totalmente sin ropas (o sea, cuando se bombeaba, nomás), aparecía un personaje al que bauticé El Pingüinito, que se caracterizaba por correr con los pantalones por los tobillos, imitando el paso de los animales que tan bien dibuja Liniers. El Pingüinito también aplica para otras ocasiones, como cuando salís del baño apurado para, ponele, atender el teléfono
lunes, octubre 23, 2006
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