Ahora que se acerca el Día del Trabajador, me acordé del que, creo, fue mi primer trabajo. La historia es parecida a la de muchos adolescentes de clase media: mi viejo le pidió a un conocido suyo que me empleara durante el verano. Mi plan secreto era ahorrar plata para comprarme unas timbaletas. Para ello debía ser cadete durante las mañanas en un estudio de grabación que tenía como principal cliente a grupos de cumbia. Esto fue a principios de los 90, pero no se imaginen alguna anécdota con algún famoso del momento, tipo Alcides o Miguel Conejito Alejandro
Los artistas que grababan allí eran más bien desconocidos y no del todo profesionales. Más bien, era gente que estaba intentando hacerse un lugar dentro de la movida tropical. Me acuerdo de ver cómo uno de los integrantes del Dúo América llamaba a su compañero para despertarlo todas las mañanas y lo retaba porque no se estaba tomando muy a fondo el proyecto musical
Mis tareas eran mucho menos que básicas: preparar café, hacer alguna compra, darle una mano al técnico de grabación con lo que me pidiera pero, sobre todo, hacer café, cosa que jamás aprendí a hacer del todo bien y todavía hoy hago con enormes dudas porque mucho no me gusta. No me acuerdo demasiado de ese verano ni de cómo la pasé, pero sí ahorré lo suficiente para comprarme el instrumento que quería, así que le tengo un cariño especial a ese laburo. Confieso que, en cuanto junté la guita, empecé a llegar tarde sistemáicamente, aprovechándome todavía más de mi condición de hijo de amigo del dueño. Ya estaba claro que el trabajo no era lo mío
miércoles, abril 30, 2008
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