Uno en verano se siente más joven. Quizás es por la cercanía de las vacaciones, por la esperanza que despierta todo inicio de año o por el calorcito. Lo cierto es que de diciembre a marzo siento que los cambios son posibles, que los planes que voy memorizando son realizables y que este año se vino con todo, que este año sí.
Ya cerca de junio/julio, uno va descartando algunos de los planes que había hecho no hace mucho, otros directamente los olvida o los traiciona. Y luego llega lo que para mi es la peor época del año, que es exactamente esta.
Septiembre y octubre no se pasan más y no sirven para nada. De última, noviembre es la antesala a diciembre y ahí ya empezamos a robar con las fiestas de fin de año desde el primer fin de semana y las vacaciones están más cerca.
Pero esta meseta que hay luego de las vacaciones de invierno es tremenda. Uno está más embolado que nunca de sus obligaciones y encima todavía falta mucho para que te empiecen a preguntar dónde te vas de vacaciones o qué vas a hacer el 31 de diciembre.
Si miran a su alrededor (como lo hice este fin de semana con algunos amigos), van a ver que todos estamos más hechos mierda que nunca. Esta es la peor época del año, por muerte. Porque además lo que uno ya no empezó a hacer, siente que no está a tiempo, que lo debería haber hecho antes.
Por eso, Bien Ahí recomienda iniciar alguna actividad, proyecto o ilusión en pleno septiembre. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Caso contrario, quedaremos presos del calendario y deberemos esperar unos cuantos meses más. Y a no olvidar los planes que hicimos mientras nos poníamos protector solar.
lunes, septiembre 05, 2005
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