miércoles, septiembre 21, 2005

Acerca de la madurez del paladar

Cuando uno cree ser joven (que no quiere decir que realmente lo sea) hay muchas cosas que prefiere tener lejos porque considera que son de viejo (tomando a 'viejo' como un término peyorativo). Por ejemplo, la mañana, ciertas bebidas amargas, comidas de sabores particulares y también algunos géneros musicales, como el tango.

Pero a medida que los años van pasando, uno se encuentra en contacto con cosas que antes rechazaba de plano, sin ni siquiera darles una oportunidad. Por ejemplo, en el último año me hice fana del Cynar (gracias Matías!), especialmente con jugo de naranja. Cierta amiga me cargó diciendo que es una bebida que toman los viejos antes del ir al hipódromo. ¡Más a mi favor todavía!

Otro ejemplo de la madurez de mi paladar (por no decir que le vengo poniendo onda al paso del tiempo) es pedir el gusto de helado Chocolate Bariloche, que incluye pasas de uva y nueces. Obviamente, hace no mucho jamás hubiese salido del Chocolate con Almendras o Chocolate Tentación (con dulce de leche repostero). Pero ahora no tengo ninguna vergüenza en pedir directamente 'el de las pasas de uva'.

Como fui vegetariano durante toda mi adolescencia, hay ciertos sabores y texturas en las comidas con los que me encontré ya a los veintipico. Creo que fue vegetariano para romper más las bolas, básicamente, porque no lo era por principios éticos/morales. Entonces, hace relativamente poco me encontré con la picardía del salame, la potencia de la bondiola (que bien podría ser el título de un programa de radio) o con la solidaridad de la milanesa, que fue el principal motivo por el que abandoné la causa vegetariana.

Por último, creo que uno empieza a dejar la adolescencia cuando incluye al vino a su cotidianeidad y le quita espacio a la cerveza.