Nuestra vida cotidiana nos lleva a pequeños enfrentamientos con diferentes personas. Y de esos enfrentamientos pueden surgir odios que se prolonguen para toda la vida.
Esta vez no estoy haciendo referencia al ámbito laboral o al familiar, donde es más fácil odiar gente, sino a aquellos personajes con los que nos cruzamos todos los días: vecinos, comerciantes, lo que sea.
Me gusta pensar que tengo enemigos en mi barrio o en mi edificio. Todos alguna vez dejamos de comprarle a un kioskero porque no nos dio cambio o por algún motivo parecido. Y juramos nunca más volver a comprarles. Y caminamos de más con tal de no romper esa promesa.
Por ejemplo, yo me siento muy amigo del heladero de al lado de mi casa (es vital ser amigo del heladero), siempre lo saludo con el pulgar hacia arriba, pero esa actitud no la mantengo con el verdulero de enfrente, que vende mercadería muy mala a un precio elevado. Pretendo ser hostil con él, pero me imagino que no me sale.
También saludo con poca onda a los vecinos que me queman la cabeza en las reuniones de consorcio. Pero hace poco cambié mi actitud con uno de ellos porque descubrí que trabaja en la pizzaería El Cuartito y pasé a respetarlo mucho más.
Uno de los principales enemigos que tuve (tengo) en mi vida fue el portero que trabajaba en el edificio de al lado de la casa de mis viejos. Ni me acuerdo cómo me llegó el rumor de que el tipo había estado implicado en el robo del garage de mi casa y nunca más lo saludé a él ni a sus hijos, que son tan cabezones como él. Sólo le volvía a hablar cuando Boca perdía algún partido, porque él es de Boca. Entonces iba, haciéndome el distraído, y le preguntaba cómo había salido el match.
Tener enemigos de este estilo me parece positivo. Es como que uno se siente un poco más importante y se pone las pilas para ser malo. Quizás venís caminando normalemente, pero pasás por donde está esa persona y ponés cara de malo o de jodido.
domingo, agosto 21, 2005
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