El sábado pasado fue uno de los días más tangueros de mi vida. Por la tarde me compré una recopilación de Tita Merello. Qué personalidad que tenía, qué graciosa que era al cantar. Me gustó mucho el CD y me terminé embarcando en una maratón al 2x4.
Más tarde, estuve cocinando mientras escuchaba a Julio Sosa, el varón del tango. Debo confesar que se me escaparon unas lágrimas con su sentida versión de La Cumparsita.
La noche la cerré con mis amigos Matías y Martín en el Gran Salón Canning, una milonga que parece ser una de las más grosas de la ciudad. Lo primero que me llamó la atención fue la alta densidad de pelucas que había en el lugar.
Los accesorios de los hombres eran la cartera zobaquera de cuero, el bigote o la camisa con corbata. Entre ellas salía mucho la remera con apliques brillosos, el teñido de rubio a lo Susana y también vi alguna que otra nariz operada.
Por cierto, vi cómo una rubia con una horrible nariz nueva le decía "no, gracias" a la pregunta de "¿baila, señorita", que le hizo un viejo muy borracho de camisa negra, corbata blanca y chaleo muy floreado.
Durante todo el rato que estuve ahí, tuve la sensación de que conocía a muchos de los que estaban bailando. Además, qué manera de franelear bailando tango, viejo. Mi conclusión de la noche fueron dos: Cuando sos viejo seguís yendo a bailar y seguís estando caliente.
lunes, julio 18, 2005
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