miércoles, julio 04, 2007

¿Y si me iba a Londres?

En paralelo a casi toda mi escuela primaria hice un taller de música. En ese instituto, que queda a dos cuadras de mi actual casa, se combinaban las clases más típicas de flauta dulce con momentos en los que se tomaba a la música como un juego. Hacíamos canciones con el ruido del agua, jugábamos a hacer música de terror o usábamos elementos de la vida cotidiana para inventar canciones (se llamaban 'cotidiáfonos')

(Ahora que lo pienso, esta enseñanza seguramente influenció mi manera de entender la música desde un lado no muy formal, pero mejor sigo con el relato)

La cuestión es que casi todos los alumnos estábamos muy copados con las clases de percusión y en los últimos dos años (mientras cursaba 6º y 7º grado) ganamos nuestra lucha y tuvimos clases específicas de percusión. Recuerdo que el profe me parecía un genio y que me gustaba mucho tocar en esas clases. Teníamos una hora y media de flauta dulce y otra hora y media de percusión, que era mi momento preferido de la semana

Durante mi adolescencia seguí percutiendo en el grupo de rock que teníamos con mis amigos y después, lentamente, fui relegando esa disciplina. Recién volví a tocar hace tres años, en un taller de percusión africana, en el que todavía sigo. Cuando volví a tocar y a disfrutar de la percusión, le hice algún comentario a mi viejo, que siempre fue quien más entusiasmado se mostró con mi pasión por los tambores desde chico. En ese momento, él me confesó que cuando terminé séptimo grado, la profe de música le recomendó que lo mejor que podía hacer era mandarme a Londres a estudiar a cierta afamada escuela de percusión, porque la mina me veía cierta facilidad para tocar

Mi viejo se limitó a contener la carcajada cuando escuchó ese consejo y no me dijo ni media palabra hasta hace poco. ¿Qué hubiera sido de mi vida si me hubiesen mandado a esa escuela? Nunca lo sabré, pero es un excelente argumento para sacar a relucir, cada tanto, en alguna discusión familiar

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