'Pensá qué querés para tu cumpleaños', me dijo mi abuela Hilda, un par de semanas antes de que cumpliera 10 años. En esa época, las chances eran dos: chiche o ropa. Cualquier tipo de prenda se descartaba de plano, ni siquiera se le destinaba un segundo a analizar la chance de ir a elegir la ropa que me quería poner. Ir a comprar ropa era claramente una pérdida de tiempo. Prefería sufrir frente a las vidrieras de las jugueterías hasta decidirme por un solo regalo
Por mi casa no había tantas jugueterías como hoy. Recordemos: todavía no existían los shoppings (lo más parecido eran las tiendas onda Harrod's o las galerías), no había todo por dos pesos con juguetes truchos (lo más parecido sigue siendo el Once), todavía las cadenas (tipo El mundo del juguete) no estaban tan expandidas (eso llegaría con los 90). Para ser más precisos aún: los juguetes se compraban, casi siempre, en las jugueterías de barrio, que tenían los juguetes de moda, pero allí también se podían encontrar versiones genéricas (tipo esos He-Man gordos) y además eran ideales para rescatar algunas gemas que estaban discontinuadas en otros locales (por no decir que guardaban juguetes que no le habían vendido a nadie. Habitualmente, estaban descoloridos por el sol)
Yo era habitué de una juguetería que estaba en la esquina de Bulnes y Mansilla (hoy hay un bar) y de otra que quedaba a media cuadra del Hospital de Niños. Justamente en esa última vi el juguete que le pedí a mi abuela para ese cumple. Desde el colectivo 188 divisé a mi regalo y nadie me iba a hacer cambiar de opinión, la decisión estaba tomada: quería una pelota Tango que allí vendían. Para los que no saben la Tango era la pelota con la que se jugó el Mundial 78 y era muy grosa (ver foto)
Con la decisión tomada, fuimos con mi abuela a la juguetería. '¿Qué querés?', preguntó, tan paciente como siempre fue conmigo (era su nieto menor y, por ende, su preferido, su 'regalón', para usar sus palabras). Señalé con el dedo a la pelota. La señora de la juguetería la sacó de la vidriera, la guardó y me la dio. Cuando llegué a mi casa y abrí el paquete, descubrí que la pelota no era auténticamente Tango, sino que era una imitación. Eso no impidió que mi viejo me sacara una sesión de fotos posando con la pelota en el living. En las imágenes aparezco pisando la bocha o tomándola con mis manos, con unos guantes de arquero con los colores de River. En ninguna de las fotos se le ve la marca a la pelota, me daba vergüenza haber caído en esa trampa. Años más tarde me enteré de que a ese fraude le llaman 'acción de marketing'
miércoles, septiembre 13, 2006
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