Ayer a la tarde mi viejo pasó por mi casa porque necesitaba que le firme unos papeles (la semana pasada ya le firmé otros. Creo que está haciendo algunos trámites en el banco. Que mi viejo me pida mi firma para sacar una tarjeta de crédito es algo que me da escalofrío). Se negó a subir a mi casa y firmamos la papeleta en la calle. Cuando se estaba yendo, me dio un paquetito medio abierto y me dijo 'feliz Día del Amigo'
'Feliz día, amigo', le respondí, mientras terminaba de abrir ese paquetito. Voy a intentar describir el regalo que me dio y, cuando pueda, subiré una foto, porque es muy groso: es una pelotita de un material muy blandito, llena de pelitos de ese mismo material y tiene una cara sonriente. Además, tiene una especie de piolín de ese mismo material, que sirve para que la pelotita sube y baje, tipo yo-yo. Semejante bizarrada ya me daba risa, así que le agradecí y le di un beso. 'Esperá', me dijo, 'agitalo más rápido', me aconsejó. Cuando lo hice, se prendió una lucecita, que va cambiando de color alternadamente: azul y roja. Eso sí que fue demasiado
'Esto es una locura', le dije. '¿Te gusta?', preguntó, mientras enfilaba para su auto. 'Sí, es buenísima', recalqué. '3 mangos' fueron sus últimas palabras antes de subirse al Bólido. Qué barata es mi felicidad
viernes, julio 21, 2006
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario