- Gordo-expliqué pacientemente-, te traje la novela porque necesito dinero, y tardaste mucho tiempo en leerla, y mi necesidad es abrumadora. Tengo los bolsillos vacíos. Necesito algo ya mismo. Dame un adelanto de mil dólares y quedate con los derechos. La publicás o no; eso no me interesa. Lo que sí me interesa es conseguir billetes, ahora.
- Sabés que no soy yo quien resuelve. Debería consultar con el viejo.
No dijo "debo", sino "debería", pero decidí oír mal, y dije "bueno", y me volví a sentar, y me puse cómodo, echado hacia atrás, con la cabeza reclinada contra el borde superior del respaldo como para dormir.
- Te espero-agregué.
Se levantó con pocas ganas y fue hasta el despacho contiguo a representar la comedia. Desde luego, todo era inútil, pero quería hacerlo sufrir un poco y, por otra parte, me sentía cómodo. En mi casa no hay sillones. Debo haberme quedado dormido durante un minuto o dos, porque apareció un hombre con una gran nariz roja, de payaso, y me dijo en francés una frase incomprensible de seis sílabas.
Cuando volvió el Gordo tuve un pequeño sobresalto. Ocupó otra vez su lugar en un sillón frente al mío, y habló. O yo seguía soñando, o bien se había producido un gravísimo desajuste cósmico.
- Dos mil -dijo, muy sonriente-. Te conseguí dos mil dólares
Así termina el primer capítulo de 'Dejen todo en mis manos', de Mario Levrero, un libro que me prestó mi prima Dolly y que me está gustando mucho. Rápidamente descubrí que Levrero es de esos hijos de puta que logran que uno piense que escribir es re fácil
jueves, septiembre 16, 2010
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2 comentarios:
Enorme definición de Levrero.
Me gustó mucho ese libro, sobre todo los nombres de los pueblitos.
Dale, Jose, es re fácil. Vos también, Velas, dale.
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