Scrum químico

Son las ocho y media de la mañana y la gente se empuja para entrar al subte, que viene tan lleno que no entra un alma. Bueno, es difícil hablar de alma a esta hora, no nos queda ni eso. Los que estamos en el andén nos acercamos hasta la puerta que se abre y aparece una cortina de personas que nos impide entrar. Entre los que empujamos, reconozco a mi profesora de Química del secundario, antiguo cuco de mi adolescencia. No mide más 1.60 pero empuja como un puma. Finalmente, se rinde y espera al próximo subte, igual que yo. Llega rápido y subimos, cada uno a su modo: ella se escabulle entre personas que parecen gigantes a su lado, yo aprovecho mi flacura y me acomodo en pocos centímetros. Viajamos cerca pero ella no me ve ni creo que me reconozca. Mantiene el carácter que le conocí hace más de 15 años. Un desesperado intenta que no se cierre la puerta cuando estamos por dejar Pueyrredón, avanza como puede y la pisa. 'Pisá tranquilo', le dice ella. La marea de personas que sube nos terminó de distanciar y no pude ver dónde se bajó