Salimos de casa con dos objetivos claros: conocer, por recomendación de eltrava, Kunsthaus Tacheles, que es una especie de centro cultural ocupa, e ir a tomar todo el vino que pudiéramos a un lugar en el que la cifra de la cuenta la decide el cliente. Antes de llegar a la puerta de abajo de casa, ya estábamos en cualquiera. La dispersión era total. Nos subimos a un subte al que podríamos llamar El Subte del Quilombo: grandotes rapados tomando cerveza, parejas de teens muy bien vestidos, chicas producidas que iban a bailar, el panorama era bastante completo. Por primera vez en todo el viaje, pude escuchar a la gente hablando a un volumen alto en espacios públicos. A diferencia de las otras ciudades en las que estuve, en Berlín se nota que hay gente que la pasa mal, que quedó en el camino, son personas que están desesperadas y se les nota. Muchos de ellos estaban ayer en el subte, con nosotros
Nos sentamos enfrentados en un asiento de cuatro y al lado nuestro había una pareja que parecía no conocerse. También, lógico, estaban sentados enfrentados. En un momento que no sé precisar cuándo fue y de alguna manera que no llegué a ver, el pie derecho de ella se apoyó en la entrepierna de él. Lo hacía con mucho cuidado, casi en silencio. Mientras ella inclinaba su cabeza hacia adelante y se tapaba la cara, él simulaba no estar recibiendo ningún tipo de estímulo. Pretendía dar la apareciencia de dormido, pero con una mano la tomaba del tobillo con fuerza. Más tarde, los dos pies se ubicaron en el mismo lugar, aunque ahora hablaban entre ellos. Quedaba claro que se conocían, pero que el primer rato que compartimos habian estado en silencio. O peleados. No se sabe y no les quise preguntar
Nos bajamos en la estación indicada, pero nos perdimos con la misma velocidad que el frío empezó a congelar las pocas partes del cuerpo que estaban desprotegidas. Nos habían avisado que sería un día muy frío, pero jamás me imaginé tanto. Debían hacer cinco grados bajo cero, como mínimo (¿o como máximo? No sé, me marea la temperatura bajo cero). Encontrar el bar del vino barato ya no era tan sencilo como parecía hacía un rato. Luego de caminar mucho, de chequear 200 veces en el mapa, de cruzarnos con nombres de calles imposibles, de entrar a un bar a recuperar la temperatura corporal y la sensibilidad en algunas partes, encontramos ese lugar que nos iba a dar mucho vino a cambio de pocos euros
En la entrada una señora que hablaba como si viviera separando en sílabas nos explicó que el ingreso de la gente estaba planificado hasta las 24, pero que ya eran más de las 24 y que a partir de ese momento sólo iban a permitir la salida de los que ya estaban dentro. Le expliqué que habíamos venido desde muy lejos para tomar una copita, que hacía frío y le pregunté si podía hacer una excepción ante tanto atenuante. Ella simuló no haber escuchado y arrancó de nuevo su explicación. Detrás suyo, había un cuadro dibujado con distintos Maradonas: en Sevilla, en Newell's, en su rergreso Boca. El Diego de los 90, podríamos decir. Y bueno, se entiende, un lugar que elige a ese Diego y no al anterior no puede tener muy buena onda, así que nos fuimos en busca del centro cultural ocupa
El camino tampoco fue demasiado directo: nos perdimos, nos reencontramos, nos volvimos a perder, tomamos unos vasotes de cerveza en un lugar (en el que apenas entramos vimos a un negro desafiando las leyes de gravedad con un vaso en su cabeza y a otra gente fumando porro), nos volvimos a fijar en el mapa para perdernos con más precisión hasta que encontramos la calle y el número que buscábamos
En las escaleras había carteles que anunciaban obras de teatro y recitales. Todo era muy colorido, muy combativo, con caras de Bush graciosas y frases que completaban consignas inentendibles. Yo esperaba que el centro cultural fuera algo parecido a una fiesta de Sociales, con gente con rastas, chicas con vestidos sobre sus jeans, reggae y porro. Pero nos encontramos con un boliche de lo más normal, con música electrónica, una entrada de dos euros y bastante gente. Tomamos otra birrita, probamos un trago, recuperamos la temperatura corporal y volvimos al frío, esta vez con el objetivo de ir directo a casa
En el camino nos metimos en un bar que nos llamó mucho la atención por algún motivo que no recuerdo. Dentro había un ejército de personas que parecían extras de Matrix, así que eso nos dio mala espina y preferimos volver a casa. Eran más de las 3 y el subte todavía andaba porque los fines de semana funciona toda la noche. Un cartel nos informaba que el próximo vendría en 5 minutos y que 15 minutos más tarde vendría otro. Nos subimos al subte, que seguía siendo El Subte del Quilombo, pero esta vez con más gente rota. Nos sentamos enfrente de una chica que estaba vestida de negro, escuchaba auriculares y escribía a mano sin parar en un anotador cuadriculado. No levantaba la vista de sus hojas y no transmitía otra emoción más que desesperación. Por la velocidad con la que lo hacía, parecía estar escribiendo un dictado formulado por un rapero. Tomaba traguitos cortos de su botella de cerveza, sin levatar la mirada. En el mismo vagón un grandote leía de parado un libro desde una cercanía muy llamativa y cinco fumones se pasaban unos CD's que sacaban de una mochila. Uno de ellos tenía un porro sin prender en la mano. Imagino que todos nos habiamos colado, pero no me sorprendería si alguno pagó su ticket a esa hora. Acá hay un espíritu que logra amalgamar, de alguna manera, al descontrol y al orden
Llegamos a casa y yo estaba casi helado. No puedo decir que no me habían avisado que hacía frío. Tampoco puedo decir que no me habían advertido que Berlín está viva. Acá pasan cosas, muchas más de las que yo puedo ver y muchísimas más de las que están a la vista
sábado, febrero 16, 2008
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario