El reencuentro con amigos es una de las pocas cosas lindas que tiene volver de vacaciones. A eso me estoy dedicando desde el martes pasado. Ayer fue el turno de mis queridos amigos Fede y Marie. Luego de hablar mucho, de jugar con su hija, de seguir hablando y de cenar, emprendí el viaje en bici desde su Urquiza natal hacia Almagro. Tal vez, era el viaje más largo que emprendía dentro de la ciudad (digo 'dentro de la ciudad' como si fuera de ella hubiese tenido algún viaje largo)
Salí de su casa pasadas las 23.30 y en el camino me crucé con tres corsos distintos. El primero, en pleno Villa Urquiza, fue el que sufrí más de cerca. Si bien el tránsito estaba cortado, con la bici no respeté las señales que indicaban un desvío y seguí andando por Triunvirato, intentando esquivar a quienes participaban de la fiesta popular. Las primeras dos cuadras las anduve con mucho cuidado. No quería pisar a nadie ni, mucho menos, ser víctima de algún atentado con esa espuma en pomo
La tercera cuadra ya fue imposible hacerla en bici, así que la caminé. En cuanto me bajé, y mientras un cantante se lucía sobre la pista de 'Cuidado con La Bombachita', recibí un baño de bautismo. No supe qué hacer con la espuma que ahora me adornaba la cara y la remera. Si me la sacaba, temía quedar como un amargo y dar la sensación de estar demasiado pulcro en medio del quilombo. Eso podía llamar la atención de los vándalos, que se tentarían con volver a atacarme. Opté por dejarme la espuma. De alguna manera, me convencí de que los rastros de haber sufrido un reciente ataque los iba a amilanar. Se terminó produciendo el efecto contrario: la sangre llamó a los vampiros y en pocos metros recibí otros dos ataques. Uno de ellos fue en el centro de mi ojo derecho y comprobé que esos productos no producen ardor. En cuanto pude, volví a subirme a la bici para intentar escapar lo más rápido posible
Algunas cuadras más adelante, también sobre Triunvirato, me topé con otro corso, pero ya se me habían ido las ganas de sumarme al festejo. El ritual de micros de escolares, bombos, lentejuelas y gritos por micrófonos se repitió cerca de Canning y Corrientes. Un año más, llego a la misma conclusión: del carnaval me gusta todo, menos el carnaval. Me encanta que la gente festeje en las calles, que se baile, que se toque, que se recupere el espacio público como lugar de encuentro, pero todo, absolutamente todo (la música, los trajes, los bailes), me parece feo
lunes, febrero 25, 2008
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario