lunes, mayo 12, 2008

Más insoportable que hijo del dueño

La cosa empezó mal desde el principio. Apenas puse un pie en el colectivo, escuché que alguien me hablaba. 'Vamos, arriba, vamos', dijeron con un tono muy despectivo. Cuando alcé la vista, descubrí que no era el colectivero quien me había gruñido, ya pasada la medianoche y con un feriado por delante. Había un tipo que se dedicaba exclusivamente a apretar los botones de la máquina expendedora de boletos y él era quien me había apurado. Insisto, eran más de las 12 de la noche y al día siguiente era feriado, así que no veía por qué me tenía que apurar. Sin pensarlo, sin filtrarlo, me salió solo: 'bueno, no me apures, eh'

Esa respuesta encendió la ira del flaco, que sacó un argumento que me enojó todavía más: '¿qué decís, flaco? Mirá que soy el hijo del dueño, eh'. No podía creer lo que acababa de escuchar, me sonó tan tonto, tan infantil, que tuve que responder de nuevo: 'qué hijo del dueño vas a ser'. Sé que lo que le respondí tuvo menos sentido que lo que dijo él, pero sus actitudes me sonaban cada vez más prepotentes y yo sentía que me tenía que defender (aunque no sé de qué). A cada cosa que me decía, yo la repetía sumándole la palabra 'qué' adelante. Ejemplo: él me decía 'dale, apurate' y yo le respondía 'qué me voy a apurar'

El diálogo se prolongó más de lo que me hubiese gustado, siempre en ese tono y con él dejando en claro que era el hijo del dueño. Me fui al fondo del bondi, me senté y al rato llegaron las peores noticias. Aprovechando una luz roja, el flaco se me paró al lado y empezó de nuevo con la pelea: '¿qué me mirás por el espejo? ¿Vos te hacías el guapo?' Sin analizarlo, pasé a tomar dos posiciones: cuando se me acercaba demasiado, me hacía el pacifista y bajaba el tono de la discusión. En cuanto se alejaba, y ya estaba a cierta distancia en la que no me podía pegar, volvía a provocarlo

Cuando daba algún pasito hacia atrás, le decía cosas como 'llamalo a papá y andá a sacar boletos, goma'. Cuando se acercaba demasiado, optaba por frases más amistosas y que tendían a olvidar el mal rato. El pico de rating llegó cuando, en un claro gesto amenazador, le pegó al asiento de adelante y me preguntó si me seguía haciendo el guapo, o algo así. Obviamente, ante ese hecho tomé mi postura más tranquila y puse mi mejor cara de boludo. En cuanto tomé conciencia de lo que estaba pasando, noté que el bondi estaba frenado, que toda la gente nos estaba mirando y que, ahí sentadito, tenía todos los números para comerme un ñoqui

No recuerdo precisamente cómo pero la cosa se fue calmando y él volvió a su puesto de trabajo. Sé que le dije algunas cosas más, siempre girando en torno a su rol de hijo del dueño y a su capacidad para sacar boletos. Cuando me bajé, no lo miré a través del espejo porque ya se me había ido ese ánimo peleador que se me había despertado durante los primeros minutos del Día del Trabajador

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me hiciste reír guacho....
Mira que meterte así con el hijo del dueño
@tinostezano