miércoles, febrero 16, 2011

Baulera

A menos de un mes de mi partida hacia la tierra de la cerveza, la salchicha y las consonantes, me sumergí en la baulera de mis viejos para comprobar que allí no hubiese enterrado algo que pudiera necesitar. Me encontré con una bicicleta que mi viejo me regaló a los 12 y usé poco, con una hamaca paraguaya que nunca encontró su lugar y con mi vieja compu de escritorio. Entre unas sillas que eran de mi abuela, al fondo de todo, en el lugar más húmedo, encontré una caja llena de fotos de la juventud de mis viejos. En la playa, en cumpleaños, con familiares, muchas fotos de ellos con sus primeros sobrinos, de esa época en la que todavía no eran padres. Estaban pegoteadas con los negativos, hongueadas, dobladas. Mi vieja aparece con vestidos bastante copados y mi viejo está haciendo una morisqueta en casi todas las fotos. Recaté las fotos, elegí algunas, me las llevé y se las dejé arriba de la mesa. No entendí cómo habían llegado hasta ahí esas fotos, por qué no les interesó cuidar, por ejemplo, las de su casamiento. Ayer le comenté algo de todo esto a mi amigo Edu, que ya es padre, y me dijo que ni intente entenderlo, que él se da cuenta que su hijo nunca va a entender algunas cosas que hace él y que le parece lógico. No estaba en condiciones de llevarle la contra así que le di la razón, pero igual me dieron pena esas fotos ahí abandonadas

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