jueves, mayo 28, 2015

Gente que me cruzo en Berlin

Flaco, alto. Rubio, con un gorro marrón de lana tejido a mano y doble camisa abrochada hasta el último botón. La cara larga como feriado sin plan. Muchos puntos negros en la nariz me distrajeron y no me permitieron entender qué eran esas hojitas cortadas a mano que me sacudía in your face, en las que había poemas, o algo así, que él utilizaba para empezar un diálogo, y luego incorporar elementos del interlocutor, como lo azul de mi campera. Qué suerte que la notó, pensé, la compré en Paris de oferta, pero no entendí nada, nada más, y me preguntó si yo hablaba en inglés. Yes. Ah, y arrancó in english. Sorry, I'm going to the dentist, I'm not in the mood, le dije. Y se fue, muy tranqui, con sus poemas, su performance, o algo así, en búsqueda de alguien más que frenara y lo mirara a los ojos para volver a sacar las hojitas. Un poco más desalentado seguí caminando yo, pocos metros antes de llegar a la dentista japonesa, con quien el diálogo no es más fluido.


Calidad dvd

jueves, mayo 21, 2015

Feria americana japonesa

De todos los compañeros que tuve en los distintos cursos de alemán, pocas personas me cayeron tan bien como Yucco. Japonesa, petisa, graciosa y tímida a la vez, hacía siempre la tarea, se sentaba al lado de la profe y me tocó hacer algunos ejercicios de diálogos con ella. Hablaba muy bien y el alemán nunca sonó tan gracioso como con ella. Yucco es pop. Se pone todo junto y le queda bien. Animal print, celular con un estuche con perlas, gorro, aros. Más que coqueta, Yucco es casi una intervención que camina. Le falta la mano derecha y el manejo que tiene del muñón es nivel olímpico. Pasé más tiempo mirando su pericia que prestando atención en las clases. La ausencia de cinco dedos no la transformó en alguien con una discapacidad. Por el contrario, no puede parar de hacer cosas. Se peina, busca algo en la cartera, manda un mensajito, se arregla el maquillaje, anota, tira algo a la basura. En ninguno de sus movimientos aparecía un gesto de vergüenza por exponer el muñón. Tan a la vista estaba que para cualquier distraído podía ser una mano chiquita. Lamenté cuando no siguió cursando y la reemplacé por una coreana de 20 años que se reía de todo lo que yo decía (tenía los 10 dedos). En una clase contó que armó un PDF y una presentación en el living de su casa para convencer a sus padres de que quería venir a Berlin.



Volviendo a Yucco, la semana pasada mandó una invitación a una venta de garaje porque se mudaba y me pareció una gran ocasión para el reencuentro. Estaba dejando un departamento espantoso en una zona casi boscosa, a pocos metros del canal. Casi boscosa, ahora, que hay sol, a veces, y la temperatura tiene dos cifras. Durante medio año esa zona es medio desolada, pero bueno, Yucco le puso onda y se mudó al primer lugar que encontró, no es tan fácil encontrar departamento en Berlin. Quinto piso por escalera, cocina y baño sin ventanas, no es el lugar más cálido, aunque Yucco tampoco necesitaba un palacio. Trabaja de vendedora en Uniqlo y no pasa tanto tiempo en su casa. Había ordenado las cosas en bolsas grandes y las mejores pilchas (de Uniqlo) colgaban en una percha de la ventana. Se le notaba el muñón de guitarrero cuando le preguntabas un precio o si el talle era chico. Por optimista y persuasiva casi le compro un vaso de plástico que incluía un tenedor y un vaso más chico. Era espantoso pero ella decía que era ideal para el pic nic y uno pensaba en darle chance. ¿Cuánto podía salir? En eso estábamos, revisando chucherías y mirando el muñón de reojo, cuando el gato de Yucco intentó ingresar al cuarto desde el balcón. Se metió por el pequeño espacio que había quedado de la ventana abierta y se quedó trancado. Casi todo el cuerpo adentro, dos patas y la cola enganchados. Yucco lo agarró por las patas delanteras, el gato se movía, no era fácil de cazar. Después lo tiró para arriba, como a veces se juega con los bebés, el gato movió las patas y de golpe sólo seguía la cola enganchada. Otro empujoncito de Yucco y terminó de salir. Toda la acción estuvo acompañada por los gritos de ella y del animal, similares, en algún punto, agudos y breves. Mi pibe miraba la escena azorado, con los ojos más grandes que nunca. Le tomó mucho miedo al gato y no dejó de relojearlo ni cuando el minino se fue a dormir la siesta a un sillón. Yucco se acercó sigilosa, para no despertarlo, y le sacó una foto que subió a Instagram.

jueves, abril 23, 2015

miércoles, abril 22, 2015

Marianito

Camino a la plaza me colgué mirando una mudanza que, por el despliegue sobre la calle, era bastante grande. O, al menos, era de alguien con guita, porque había un par de empleados con guantes y uniforme, uno que anotaba todo en una carpeta, un chofer. A cargo de la movida estaba un flaco de pólar al que creí conocer pero me fue imposible adivinar quién era. ¿Un mongui ex alumno? Por el pólar, lo pensé. Pero no se lo veía muy ex alumno. ¿Un marketinero al que entrevisté una vez en enfrente de esa plaza? No me sonaba. Me lo quedé pensando hasta que me rendí y me dediqué a mi rol de padre en arenero

Al lado de la puerta había una pecera con tapa que decía ser una biblioteca ambulante. Corrí la tapa a ver qué había: tres libros en inglés medio castigados. Abrí la puerta para entrar a la plaza y no había nadie, ni rastros de que alguien hubiera jugado ahí. La arena estaba rastrillada y todavía ninguna huella había intervenido en la obra del empleado que habrá abierto el candado de la diversión. El tobogán acaparó nuestra intención. Estuvimos subiendo por la tabla y bajando por la escalera. ¿Para qué hacerlo como lo hace todo el mundo? Igual no había nadie que esperara su turno. Al rato apareció una señora con un nene. Este es el tipo de charla que disfruto y me falta en Berlin. "Cómo habla el tuyo. Éste no dice nada. Todos le hablamos para que él copie pero hasta ahora nada. Dos años tiene. Marianito, no comas arena. ¿El suyo cómo se llama?", me preguntó. "Mariano, también", mentí de aburrido. "Los Marianitos", dijo. Trabajaba con el patrón desde que él tenía 18 años, no podía creer que ahora fuera padre. A Marianito lo bañaba cuando volvían de la plaza, almuerzo y al jardín. A ella la tenían en blanco y tenía vacaciones. En la plaza las otras chicas siempre se quejan de los patrones pero ella no tenía nada malo que decir. Tampoco Marianito, pensé, pero no lo dije. La onda se fue diluyendo entre que nosotros nos teníamos que ir y Marianito no terminaba de largarse a jugar y quedaba medio enroscado entre las piernas de la señora. Zulma, dijo que se llamaba

En el camino de vuelta la mudanza no había terminado. El flaco que creía conocer se me acercó y me saludó. "Y este cómo creció, ya camina". No tenía la menor idea de quién era. Supuse que nos habíamos visto hace poco, pensé, porque mi pibe tiene un año nomás. No la careteé y le pregunté quién era. "Cristian, del consulado en Frankfurt". Ah, claro, me acordé, era el cónsul, pero sin el traje y la corbata y sin la mujer al lado era mucho más difícil de reconocer. Me pidió que le recordara el nombre del pibe. Marianito. No, mentira, lo pensé, pero respeté su investidura consular