jueves, mayo 21, 2009

Chorizos

Iba saliendo de la estación Alem del subte B, cuando a mi lado subieron las escaleras dos tipos corriendo. No estaban apurados, estaban corriendo y también iban comentando algo. Cuando estaban por cruzar Alem, uno lo abrazó al otro y el abrazado abrió su mano derecha, en la que tenía unos billetes enrollados. No hacía falta haber hecho el curso de detectivismo por correspondencia que aparecía en las páginas de Patoruzú para darse cuenta de que esa plata hasta hacía pocos instantes había pertenecido a otra persona

Cuando ya estaban cruzando la avenida, un policía los empezó a seguir. Ya no pude ver qué estaba pasando porque me taparon los autos, pero todos los peatones frenaban para ver la escena. Decidí seguir caminando. De frente, vino corriendo otro tipo, que se metió en un negocio que estaba a pocos pasos de donde estaba yo. No sé de dónde, apareció un cana, que lo agarró del cogote, le pegó un par de piñas en la espalda, lo hizo arrodillar, le torció el brazo por detrás de la espalda y le dijo que se quedara quieto. Quizás el consejo estuvo de más: no se lo veía con muchas ganas de moverse, ni con alguna chance de escapar. Al segundo apareció otro cana. Yo estaba seguro de que le iban a dar un poco más, pero lo siguieron aleccionando. No me quedé mirando mucho más porque no quería salir como testigo pero me sorprendí con lo cerquita que me pasó todo

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