La revista en cuestión no era sobre actualidad, deportes, espectáculos, libros, música, que eran los temas que aproximadamente me interesaban. Mucho menos terrenal, los contenidos de Uno Mismo giraban alrededor de la astrología, las terapias alternativas, incluso, tocaban temas espirituales como las vidas pasadas, la reencarnación y tantas más.
Nunca me dejaba de dar risa trabajar para Uno Mismo. Por su temática, era imposible ponerme la camiseta. Por su reputación entre los colegas, tampoco me daban demasiadas ganas de autobombearme. Era ni más ni menos que un trabajo que me convenía porque pagaban bastante rápido (con algún bicicletazo, como siempre, en la vida freelancer) y porque las notas me llevaban relativamente poco tiempo.
Como tantas otras revistas, en algún momento dejó de ser mensual para pasar a ser bimensual. Ahora va a "apostar a la web" que vendría a ser la sala de cuidados paliativos en este contexto de agonía mediática.
En febrero de 2016 volví a Buenos Aires después de cinco años en Alemania. Qué timing. Desde entonces, cerraron cientos de redacciones, de radios, de portales. Nadie recuerda tantos periodistas despedidos en tan poco tiempo. En la última semana, sin ir más lejos, miles de oyentes hicieron saber su tristeza por los cierres de las radios Blue y Delta. Hace no tanto fue el turno de Télam, El Gráfico, Buenos Aires Herald, los medios del grupo 23, y tantos pero tantos más. Ni hablar de los retiros voluntarios ni de los sueldos atrasados.
En este velorio colectivo que se transformó el periodismo argentino, hagamosle un lugar especial, tal vez con un cajón etéreo o algo así, a Uno Mismo, la revista que nadie llorará pero también cierra.