viernes, noviembre 18, 2005

Viajar en bondi me saca el ánimo

Debe ser que perdí la costumbre (ay, cómo odio cuando uno cuenta algo que le molesta y la respuesta del interlocutor es 'ya te vas a acostumbrar). O quizás es que me transformé en un talibán de la bicicleta, pero lo cierto es que cada vez que me subo a un bondi, bajo con el ánimo deshecho. Tampoco soy un exagerado: no es que quedo deprimido por días, pero me molesta cada una de las instancias que implican viajar en colectivo. A saber:

Conseguir monedas: ya todos tenemos incorporadas a las máquinas expendedoras de boletos (qué gran frase que es 'Indique su destino'. Ojalá uno pudiera indicarlo así como así), pero no perdamos de vista lo injusto que es que las empresas de bondis no te den cambio para viajar. Uno no siempre tiene monedas a mano e indefectiblemente siento bronca al ir al kiosco a comprar algo. Por suerte, el heladero buena onda de al lado de mi casa me suele dar cambio (¿heladero buena onda es una redundancia? Puede ser)

Esperar: llegar a la parada ya me pone de mal humor. El primer análisis es ver cuántos enemigos tendré para luchar por un asiento. El peor de los escenarios se da cuando el colectivo tarda mucho en venir y de golpe aparecen un maratonista urbano corriendo y se sube detrás de nosotros. Uno siente que ese atleta de cristo no hizo nada para que llegara el bondi y, sin embargo, recibe la misma recompensa que nosotros, que estuvimos un largo rato ahí

Luchar por un asiento: pararse en el bondi a la espera de un asiento es como la definición por penales: hay una parte de suerte, de azar, pero también hay una dosis de maña de parte del jugador. No está recomendado esperar el asiento al lado de alguien que está durmiendo, por ejemplo. Sí está recomendado esperarlo al lado de una madre y su hijo (siempre y cuando desocupen dos lugares), porque las probabilidades de conseguir asiento son mayores. Esas probabilidades se multiplican si uno se para cerca de la línea de cinco asientos del fondo. Sobre este punto, insisto con algo que ya fue publicado en Bien Ahí: exijo por una democratización en el sistema de esperar el asiento y propongo un sistema de preguntas a quienes están sentados. '¿Hasta dónde va?', '¿está muy cansado?', '¿por qué no compartimos el asiento?' pueden ser algunas de las preguntas a reponder

Gil: nada peor que subirse y ser el único que está parado. En ese momento uno se da cuenta de lo miserable que puede ser esta vida

Una vez sentado: el malhumor en el colectivo corre peligro de acentuarse según lo molesto que sea quien se para al lado de uno. Si llega a ser muy molesto, opto por el sistema de amagar a que me bajo para generarle falsas expectativas

Siesta: la siesta siempre es un buen paliativo cuando el viaje es largo. Me han despertado en muchas terminales (Plaza Falucho, con el 12, Plaza Italia, con el 36, Chacarita, no recuerdo con cuál) y en muchos puntos de la ciudad que no conocía (en el último año nuevo amanecí en San Telmo y así he fomentado el mini turismo). Pero desde hace unos años implementé un sistema mental en el que me propongo no pasarme de mi parada y me concentro en dormirme, pero levantarme a tiempo. Y se viene cumpliendo a la perfección. Fue sólo cuestión de proponérmelo

Timbre no sonoro: otra cosa que me acrecienta el malhumor es cuando en lugar de timbre, el sistema para avisar que uno se quiere bajar es a través de una luz que se le prende al colectivero en su panel. Uno no se da cuenta que está esa luz y toca varias veces. Cuando se percata de ello, es inevitable no sentirse un zonzo

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